Otro año se acaba.
Trescientos sesenta y cinco días que han pasado más rápido que
nunca, aunque algunos hayan sido eternos.
En un momento muerto, de esos que he tenido a lo largo del año, me paro
a pensar qué ha pasado, qué he hecho este año, qué sensaciones tengo, quién era
antes y quién soy ahora. Pienso en esos propósitos de primeros de año que si no
recuerdo mal los escribí en un pos-it de color verde y lo guarde en una caja
marrón en la que he ido metiendo un montón de cosas que me recuerdan momentos y
personas.
Abro esa caja que está en lo alto de la estantería. Lo primero que veo
es un montón de papeles de diferentes colores, una pajita azul y blanca, dos
pelotas de pin pon, una medalla de cartulina, un pompón verde, unas chapas,
una pequeña tarjeta que pone "550 Km, el camino express" y un corazón
de papel arrugado.
Lo primero que saco es la chapa y la acreditación del encuentro de Bienaventura2,
ese fin de semana fue muy sorprendente, conocí a un montón de gente de toda
Castilla-La Mancha, pero desde luego me quedo con los de Cuenca, me lo pasé tan
bien esa noche, y por supuesto el grupo veinticuatro que fueron y serán el
mejor grupo. Saco una pajita de cartón azul y blanco de uno de los muchos cafés
de este año, pero que es especial porque me lo tomé en Castro Urdiales en una
cafetería que era galería de arte y tienda de ropa, una tarde de paseo y relax
en las vacaciones de verano con mis padres. Un palillo con un pavo real en 3D del helado más grande de
Bilbao, un palillo con un bigote de papel con la bandera de EEUU del Vips, que
me recuerda una de las mejores cenas del año con Luis y María. Entradas del
cine, un montón de entradas, de diferentes películas y todas con personas
increíbles. Un billete de tren para ir a celebrar el final de los exámenes y
del curso con las dos amigas más pesadas que existen en el Muerde la pasta. Una
entrada del musical "Más de cien mentiras" que me regaló una amiga de
siempre en el que participaban grandes amigos. El tique de mis primeras Oreo
Golden, la cuchara de uno de los muchos cafés con Esther y sus respectivas
horas y horas de charla, un globo morado con mensaje oculto del primer amigo
invisible del año, la etiqueta del vestido que me puse para la cena de fin de
curso y toda la fiesta que sufrió. El trozo de tela naranja que fue el mejor
regalo de los diecisiete, el dorsal con el número 3494 de mi primera Holi Run
que me trae los recuerdos más divertidos de ese día y de las clases de Tuerq en
la amistad, un pos-it que me recuerda una anécdota de uno de tantos y tantos
viernes de esos de “la de después en el bar, para hacer equipo”, el folleto de
la mejor tienda de Guadalajara, Reciclamoda, que me convirtió en modelo por un
día, la entrada al concierto de góspel el día que conocí a Sandra Blázquez, las
postales desde el otro lado del Pacífico de una amiga que hasta cuándo está en
la otra punta del mundo está más cerca que nadie. Un dibujo, un plátano, de una
reflexión del colegio en el que escribí una gran verdad y que me acompaño
durante meses como funda del móvil, los cartones del bingo de la Pascua más
rara en cuanto a sentimientos que he vivido hasta ahora, la entrada del Museo
del Prado y del teatro que fueron la mejor excursión del colegio hasta hoy, la
frase que más me ha hecho pensar este año, un montón de cosas del curso de
monitores, las entradas de los conciertos de ferias y una pegatina de la Peña que
resume una semana de fiestas alucinantes. Un marca páginas de "Orgullo y
Prejuicio" que me recuerda a la semana improvisada de las vacaciones, los
billetes de avión, las entradas e incluso algunos tickets de un viaje a Múnich
que nunca olvidaré. Una palabra, "Ella", que resume el mes más
difícil y emocionante del año, un dibujo de la chica más loca que conozco, las
canciones y reflexiones de un fin de semana entre amigos que dio para mucho, el
envoltorio de un chupa Chus que consiguió sacarme una sonrisa, la mejor frase
de una canción que ha marcado el año, una foto del Squad que me ha salvado la
vida este campamento, la entrada de un concierto que me hizo disfrutar como una
enana con dos hermanos a los que quiero con locura, más y más billetes de tren
para compartir las mejores comidas con las dos petardas que adoro. Una entrada
al musical "Sister Act" que me recuerda a un día indescriptible, el
numerito de la tarta ganadora, la mía, en mi último María Rafols. La pulsera de
Yaiza que me recuerda que siempre está ahí, el tique del Fnac de Bilbao al que
me llevaron las vascas más bonitas del mundo, un muñeco de plastilina y una
frase del último entre tanto que viviré como acampada y espacio, mucho espacio,
de sobra, para lo poco que queda de este año, para un recuerdo de mi último
auto como alumna del colegio y de mis últimas Navidades como menor de edad.
Lo más bonito de haber abierto está caja, de revisar todo lo que
guarda, es la alegría de saber que he disfrutado este año, de saber que los
días buenos han superado a los malos, darme cuenta de cómo he evolucionado y de
lo mucho que me queda por vivir.
Por eso, por todo lo que me queda por vivir, ya he colocado una nueva
caja, vacía, al lado de esta. Una caja abierta a nuevos recuerdos, a nuevos regalos,
a nuevos sueños. Una caja para un nuevo año de cambios y de comienzos.
El 2016 ha sido un año de últimas cosas, de últimos momentos y el 2017
se presenta con el final de algunas etapas y el principio de muchas cosas, cosas
que marcarán el principio de un camino del que es imposible ver el final.
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