domingo, 11 de diciembre de 2016

EL PRINCIPIO DEL FIN

Otro año se acaba.

Trescientos sesenta y cinco días que han pasado más rápido que nunca, aunque algunos hayan sido eternos.
En un momento muerto, de esos que he tenido a lo largo del año, me paro a pensar qué ha pasado, qué he hecho este año, qué sensaciones tengo, quién era antes y quién soy ahora. Pienso en esos propósitos de primeros de año que si no recuerdo mal los escribí en un pos-it de color verde y lo guarde en una caja marrón en la que he ido metiendo un montón de cosas que me recuerdan momentos y personas.

Abro esa caja que está en lo alto de la estantería. Lo primero que veo es un montón de papeles de diferentes colores, una pajita azul y blanca, dos pelotas de pin pon, una medalla de cartulina, un pompón verde, unas chapas, una pequeña tarjeta que pone "550 Km, el camino express" y un corazón de papel arrugado.

Lo primero que saco es la chapa y la acreditación del encuentro de Bienaventura2, ese fin de semana fue muy sorprendente, conocí a un montón de gente de toda Castilla-La Mancha, pero desde luego me quedo con los de Cuenca, me lo pasé tan bien esa noche, y por supuesto el grupo veinticuatro que fueron y serán el mejor grupo. Saco una pajita de cartón azul y blanco de uno de los muchos cafés de este año, pero que es especial porque me lo tomé en Castro Urdiales en una cafetería que era galería de arte y tienda de ropa, una tarde de paseo y relax en las vacaciones de verano con mis padres. Un palillo con  un pavo real en 3D del helado más grande de Bilbao, un palillo con un bigote de papel con la bandera de EEUU del Vips, que me recuerda una de las mejores cenas del año con Luis y María. Entradas del cine, un montón de entradas, de diferentes películas y todas con personas increíbles. Un billete de tren para ir a celebrar el final de los exámenes y del curso con las dos amigas más pesadas que existen en el Muerde la pasta. Una entrada del musical "Más de cien mentiras" que me regaló una amiga de siempre en el que participaban grandes amigos. El tique de mis primeras Oreo Golden, la cuchara de uno de los muchos cafés con Esther y sus respectivas horas y horas de charla, un globo morado con mensaje oculto del primer amigo invisible del año, la etiqueta del vestido que me puse para la cena de fin de curso y toda la fiesta que sufrió. El trozo de tela naranja que fue el mejor regalo de los diecisiete, el dorsal con el número 3494 de mi primera Holi Run que me trae los recuerdos más divertidos de ese día y de las clases de Tuerq en la amistad, un pos-it que me recuerda una anécdota de uno de tantos y tantos viernes de esos de “la de después en el bar, para hacer equipo”, el folleto de la mejor tienda de Guadalajara, Reciclamoda, que me convirtió en modelo por un día, la entrada al concierto de góspel el día que conocí a Sandra Blázquez, las postales desde el otro lado del Pacífico de una amiga que hasta cuándo está en la otra punta del mundo está más cerca que nadie. Un dibujo, un plátano, de una reflexión del colegio en el que escribí una gran verdad y que me acompaño durante meses como funda del móvil, los cartones del bingo de la Pascua más rara en cuanto a sentimientos que he vivido hasta ahora, la entrada del Museo del Prado y del teatro que fueron la mejor excursión del colegio hasta hoy, la frase que más me ha hecho pensar este año, un montón de cosas del curso de monitores, las entradas de los conciertos de ferias y una pegatina de la Peña que resume una semana de fiestas alucinantes. Un marca páginas de "Orgullo y Prejuicio" que me recuerda a la semana improvisada de las vacaciones, los billetes de avión, las entradas e incluso algunos tickets de un viaje a Múnich que nunca olvidaré. Una palabra, "Ella", que resume el mes más difícil y emocionante del año, un dibujo de la chica más loca que conozco, las canciones y reflexiones de un fin de semana entre amigos que dio para mucho, el envoltorio de un chupa Chus que consiguió sacarme una sonrisa, la mejor frase de una canción que ha marcado el año, una foto del Squad que me ha salvado la vida este campamento, la entrada de un concierto que me hizo disfrutar como una enana con dos hermanos a los que quiero con locura, más y más billetes de tren para compartir las mejores comidas con las dos petardas que adoro. Una entrada al musical "Sister Act" que me recuerda a un día indescriptible, el numerito de la tarta ganadora, la mía, en mi último María Rafols. La pulsera de Yaiza que me recuerda que siempre está ahí, el tique del Fnac de Bilbao al que me llevaron las vascas más bonitas del mundo, un muñeco de plastilina y una frase del último entre tanto que viviré como acampada y espacio, mucho espacio, de sobra, para lo poco que queda de este año, para un recuerdo de mi último auto como alumna del colegio y de mis últimas Navidades como menor de edad.
Lo más bonito de haber abierto está caja, de revisar todo lo que guarda, es la alegría de saber que he disfrutado este año, de saber que los días buenos han superado a los malos, darme cuenta de cómo he evolucionado y de lo mucho que me queda por vivir.
Por eso, por todo lo que me queda por vivir, ya he colocado una nueva caja, vacía, al lado de esta. Una caja abierta a nuevos recuerdos, a nuevos regalos, a nuevos sueños. Una caja para un nuevo año de cambios y de comienzos.
El 2016 ha sido un año de últimas cosas, de últimos momentos y el 2017 se presenta con el final de algunas etapas y el principio de muchas cosas, cosas que marcarán el principio de un camino del que es imposible ver el final.

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