sábado, 11 de abril de 2015

ELLA

Hace una semana que he vuelto a casa de mi madre, no venía por aquí desde hace algo más de un año y todo ha cambiado mucho, ahora hay más casas, un parque al final de la calle y el agujero que había enfrente de la puerta ha desaparecido.
El martes pase toda la tarde con ella, hacía mucho que no hablábamos y estuvimos todo el rato en el porche de su casa comiendo pipas, poniéndonos al día y recordando viejos tiempos, las dos hemos cambiado mucho pero sigue siendo imposible aburrirse con ella.
Hemos quedado dentro de diez minutos en la cafetería de la esquina, antes nos pasábamos por aquí todos los sábados, nada más entrar saludo a Pepa, la dueña, y pido un café y un trozo de tarta de chocolate, me siento en una mesita cerca de la puerta y justo en ese momento entra Sandra, ella sí que no ha cambiado nada, sigue siendo tan alta y pija como siempre, me mira y empieza a reírse.
—Hola, ¿qué tal con la muerta de hambre esa? Te vi el otro día en el porche de su casa, ¿os lo pasasteis bien con las muñecas?— Estoy harta de estas tonterías y de ella, me fui para no tener que volver a verla, me levanto y paso por su lado sin mirarla pero su puño impacta contra mi ojo y noto como palpita tras el impacto, cierro mi mano y en un momento suelto contra su nariz operada toda la rabia contenida en estos años, no sabía que era tan fuerte, nunca había pegado a nadie y una sensación de libertad se apodera de mi cuerpo, con un rápido movimiento esquivo otro de sus golpes y justo cuando estoy a punto de darle un segundo puñetazo noto que alguien agarra mi brazo con fuerza y me saca de la cafetería alejándome de ella y del circulo de gente que se había formado a nuestro alrededor, no me hace falta girarme para saber quién es y con un tono más duro de lo que pretendía le pregunto que hace aquí y por qué me ha parado, pero ella, como siempre, contesta calmada  y con un tono suave que en este momento lo único que consigue es ponerme más nerviosa, seguimos bajando por la calle y hace un rato que podría haberme soltado de su agarre, pero tengo la sensación de que si lo hago voy a caerme de bruces contra el suelo.
No sé cómo he llegado aquí, pero estoy en mi cama y al abrir los ojos me encuentro con ella, sentada en la butaca de la ventana, leyendo el libro que le regalé por navidad hace algo menos de dos años, el sol crea unos preciosos reflejos en su larga melena y ella sopla suavemente para apartar un mechón que cae por encima de su ojo, no puedo evitar reírme, se gira y me mira con un gesto de enfado pero puedo ver la preocupación de sus ojos,
—¿ Qué tal estas? Estábamos llegando al coche cuando te has desmayado, no me puedo creer que te pegaras con esa arpía, podría haberte matado.
—Pero no lo ha hecho y se ha llevado un buen golpe en la nariz. —Digo medio en broma medio enserio, ella me mira fijamente reprochándome todo lo que ha pasado, me siento muy incómoda, no me gusta que me mire así, no me gusta hacerla daño.
— ¿Por qué os habéis pegado?—Me pregunta y puedo notar algo de miedo en su tono.
—El otro día nos vio en la puerta de tu casa y hoy al verme en la cafetería ha decidido humillarme un poco, estoy harta, no aguanto más y no entiendo por qué siempre se sale con la suya, se acabó no voy a permitir que nos vuelva a insultar ni ella, ni su ejército de clones con tacones.—Grito desesperada y sin querer empiezo a llorar, ella se acerca, pasa su brazo por mis hombros, me aprieta contra su pecho y me besa la cabeza, en ese momento es cuando mi cabeza por fin acepta algo que, mi corazón, ya sabía desde hace algo más de dos años, la quiero, la quiero más que a nada en el mundo y decido que ya es hora de pasar de todo y vivir el momento, me suelto poco a poco de su agarre, cojo su cabeza con mis manos y la beso, se queda parada pero enseguida me devuelve el beso y comprendo que ella lo deseaba tanto como yo.

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