Lo tengo en
mis manos. Llevo horas dándole vueltas, es pequeño, redondo, dorado y en un
lateral lleva Always grabado. Lo he metido y sacado de su cajita cientos de
veces en esta última hora, recuerdo perfectamente el día que lo compré, fue
hace dieciséis años un 21 de noviembre, el día del cumpleaños de su padre,
llovía mejor dicho diluviaba, yo corría a casa para preparar la cena, pero de
repente lo ví en el escaparate de una pequeña tienda de Lavapiés y supe que
tenía que comprarlo, pensaba esperar a dárselo el viernes mientras estuviéramos
cenando en el nuevo bistró de Gran Vía pero me fue imposible y esa misma noche
mientras veíamos un capítulo de Cuéntame cómo pasó le pregunte que si quería
estar conmigo siempre y respondió con un profundo y cálido beso, ¡qué beso! Y
ahora, ahora ya no está aquí, conmigo.
El día que
la conocí entré en la sala de cine y antes de verla escuche su risa de cerdito,
yo iba con mis amigos y ella estaba en la octava fila del centro, con las
suyas. A la salida uno de mis amigos, Pablo, fue a saludarlas y nos presentó a
todos, decidimos ir a cenar todos juntos al McDonals, al principio pensé que
estaba loca pero no, el que estaba loco era yo, pero por ella. Ya nunca volveré
a oír su risa de cerdito, ni a oír sus quejas de la comida basura mientras se
como una enorme Big Mac.
Por supuesto
también recuerdo el día que murió su madre, habíamos decidido quedarnos en el
sofá acurrucados con una manta y llamar al chino para cenar mientras veíamos
una película de Harry Potter, ella estaba jugando con los palillos cuando
empezó a sonar el teléfono, lo cogió con esa alegría que la caracterizaba y fui
testigo de cómo se desvaneció, poco a poco, a medida que asimilaba las
palabras, empezó a llorar y yo no supe hacer otra cosa que abrazarla, la abracé
hasta que se quedó dormida, me sentía tan impotente por no poder
protegerla.
Pero el día
que más impotente me sentí, el que más me eché en cara no haberla protegido,
fue el día que por culpa de ese insensato sin escrúpulos, la vi llena de vendas
en la cama de aquel hospital de Canadá, pasé días a su lado sin soltar su mano
ni un sólo segundo, con la esperanza de que pronto despertara de su sueño y con
la ilusión de volver a ver esa sonrisa que me volvía loco, poder escuchar esa
maravillosa voz que tantas veces me había consolado, de volver a tenerla entre
mis brazos, sentir su corazón latir junto al mío como en todos nuestros
interminables abrazos, pero cuando parecía que todo iba bien, que pronto
despertaría, justo cuando parecía que le volvía el color a su pálida piel,
justo entonces, algo falló, la dichosa máquina que nos había acompañado durante
meses en aquella habitación, comenzó a producir un pitido infernal que aún,
tres años después, no consigo sacar de mi cabeza.
Y aquí estoy
yo, intentando vivir sin ella, otro 21 de noviembre, dando vueltas a su anillo
y recordando, con lágrimas en los ojos, cada uno de los momentos que esa rubia
de ojos marrones consiguió hacer eternos.
me encanta💜
ResponderEliminarme encanta💜
ResponderEliminarmuchísimas gracias!!
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